Por: Melissa Torres Fabián y Jose Vera Visagel
Fotografía: César Jumpa Correa
Carlos Bernasconi (Lima, 1924). Artista peruano multidisciplinario de 96 años. Estudia en la Escuela Nacional de Bellas Artes, bajo la atenta mirada de sus maestros, entre ellos el pintor modernista Ricardo Grau. Su educación estuvo nutrida por la academia pero también por una formación empírica en grabado tras su paso por la Casa de la Moneda de Lima. Viaja a Europa para continuar alimentando su conocimiento en las diversas técnicas. Asiste a la Real Academia de San Fernando y a la Casa de la Moneda en Madrid. En Roma, a la Academia de Disegno, la Scuola dell’arte della Medaglia y la Academia de San Giacomo. Es pintor, escultor, grabador, dibujante, ceramista, orfebre y escritor. Fue profesor y director de la Escuela de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Ingeniería y uno de los fundadores del Billar-T, que con el tiempo se convertiría en el actual Teatro de Lucía. Su obra, prolífica desde sus primeros años evidencia su erudición y férrea disciplina. Visible en cada una de sus piezas. Sus xilografías son objeto de estudio e investigación, debido a la importancia del grabado en nuestro país. En ellas el artista ha retratado a la urbe y al campo con impecable maestría, no solo se encuentran paisajes sino también el retrato de los intelectuales más representativos del Perú del siglo XX, como César Vallejo, Martín Adán, Sebastián Salazar Bondy y Julio Ramón Ribeyro, por mencionar algunos de ellos.
- Su gusto por los caballos es evidente en sus esculturas, ¿se debe a una afición deportiva o al recuerdo de su vida en provincia?
- Es más por el recuerdo de mis años de juventud en Cajamarca, estoy hablando de la década de 1920. Mi abuelo materno poseía una hacienda en Chota, un lugar extenso donde se criaban caballos. En esa época la visitaba mucho y para llegar a ella debíamos tomar un camión desde Chiclayo, luego seguir avanzado en mula hasta llegar a la propiedad. El paisaje era hermoso, es justo mi estancia en provincia lo que me llenaría de memorias que luego retrataría en mis grabados y esculturas.
- Nos puede contar cómo fue su relación con el grabado.
- Es curioso, hubo una época en la que produje muchas piezas de grabado pero tuve que hacer un alto para dedicarme al diseño de medallas. Estudié en la Academia de San Giacomo y la Scuola dell´arte della Medaglia en Roma. Si hablamos de mi xilografía lo primero que desarrollé fueron la serie de Los espantapájaros (1976) y Los arrieros (1977). A mi regreso a Lima traje el color a la xilografía, antes se trabajaba en blanco y negro. A finales de la década de 1970, pensé en por qué no aplicar color a las piezas. La técnica ya existía, yo trabajé un libro entero de grabados a color en linóleo. Lo malo fue que no había una madera lo suficientemente buena para trabajar pero igual se sacó adelante el proyecto. Siempre he buscado trabajar sin detenerme y dominar diversas técnicas, es así como durante muchos años trabajé en joyería.
- Entre la escultura, el grabado y las otras técnicas que caracterizan su producción artística, ¿siente predilección por alguna en especial? ¿A qué se debe?
- Vengo trabajando cerámica y tallado en madera en los últimos años. Ahora hay madera muy linda y me encanta trabajar con ella. Hay menos grabados porque no tengo una máquina para estampar. Y sobre los grabados siempre he tenido predilección por la xilografía pero esta requiere de una cirugía muy especial. Los japoneses la inventaron y requiere de un buen pulso y más aún de una buena vista. Es por eso que a mi edad estoy dejando de producir esta obra que me encanta, porque me resulta difícil abordarla como años atrás. La vida es así, hay que aceptar que hay cosas que debemos dejar de hacer porque ya no las haríamos como antes, y hay que continuar con lo que aún podemos.
- ¿Cuál es su rutina de trabajo en el taller? ¿Cómo ha sido trabajar en estos meses?
- Yo vivo a ocho cuadras de mi taller. Trabajo durante el día, todos los días y luego por la tarde regreso a casa. Prefiero las mañanas que tienen la mejor iluminación del día. Y aprovecho de escribir cada vez que puedo. He publicado el libro de cuentos Historias de vecindad y lejanía, el cual pueden encontrar en Amazon con el prólogo de Washington Delgado. Volviendo al tema de la rutina. Es bueno entregarse al hábito, para mí no ha cambiado ni disminuido mi trabajo. Cuento con el apoyo de las personas que me asisten para cumplir con mis horarios en el taller todos los días.
- Hablando del taller el cual se encuentra en el segundo piso del Teatro de Lucía ¿Cómo inicia la aventura del teatro?
- Todo inició cuando era profesor y director de la Escuela de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Ingeniería. Unos estudiantes se acercaron a pedirme consejos para desarrollar un mural y luego esos mismos estudiantes se hicieron amigos míos. Esa amistad nos llevó a buscar un taller y me propusieron ser socio. Buscamos en Barranco, Chorrillos y Miraflores, es así como dimos con el antiguo billar de Miraflores en la Calle Bellavista. Calle emblemática donde funcionó la primera municipalidad. Entre los tres, César Ruiz La Rosa, Félix Oliva y yo empezamos a pagar por el local hasta que decidimos comprarlo. Nos convertimos en propietarios, pero después de un tiempo mis socios continuaron con sus propios proyectos y me animé a comprarles su parte. Fue así como convertí el lugar en un teatro, el teatro de mi esposa y en el segundo piso creé mi taller. Siempre digo: “trabajaré aquí hasta que no pueda subir más las escaleras”.
- Contar con un espacio propio y disponer de él como una galería o sala de arte cuando se requiera facilita la promoción de los proyectos artísticos, ¿ve un cambio en la presencia de las galerías de arte hoy en día?
- Sí, de todas maneras, hoy hay más espacios para exhibir el trabajo artístico. Cuando era joven no existía ni una sola galería de arte en Lima, eran otras épocas. Luego fueron apareciendo, yo trabajé con la Galería Briceño que hoy ya no existe. Mi obra se ha presentado mayormente en espacios de instituciones culturales pero también he trabajado con Dédalo, una tienda donde se encuentran piezas de diseño y obras de arte para todos aquellos que empiezan a aproximarse al coleccionismo. El teatro que también funciona como una pequeña sala de arte, eventualmente exhibe algunos de mis trabajos gracias a la labor de Cécica que también es mi representante.
- ¿Se ha visto en la necesidad de incursionar en el mundo virtual?
- Yo aún compro diarios de prensa internacional. Ese es mi hábito, me gusta estar informado pero la tecnología no es muy afín conmigo. Salvo lo necesario. Justo me invitaron a participar de un Homenaje a Víctor Humareda y he participado por primera vez de una videoconferencia con la ayuda de mis hijas.
- Finalmente, ¿qué recomendación le puede brindar a la nueva generación de artistas para que continúen con su labor por muchos años?
- En primer lugar, puedo decir que les toca vivir una época más amable que la mía. Tiempos en los que los artistas éramos considerados locos a los que solo nos gustaba pintar para ver a las modelos desnudas. Era una profesión impensada pero aunque tarde, poco a poco fue ganando un terreno y el reconocimiento debido. El arte y la cultura van de la mano, los artistas pintamos lo que vemos y sentimos, hacemos un retrato de la parte de la historia que nos toca vivir y es importante dedicarse a la carrera sin descuidar los estudios. La profesionalización nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos, debemos crear sin dejar de estudiar, solo los estudios nos conducen hacia el desarrollo de una obra con contenido y ciencia. Desde luego, mantener la red de contactos también ayuda al artista, hay que mostrar nuestro trabajo y mantenernos comunicados con las personas que nos van a incentivar a seguir avanzando en nuestro camino. Vivir del arte es una lucha, una muy especial, se necesitan muchas cosas: vocación, interés, dedicación. Se trata de cultivar lo que sabemos, para mostrar lo que somos.