Por: Jose Vera Visagel / Fotografía de portada: Luis Cueva
Alice Wagner Suito (Lima, 1974). Egresada de Corriente Alterna en el 2000, medalla de oro y plata de su promoción. Estudia el bachillerato complementario en arte de la UNMSM en el 2003. Recibe la beca Pollock-Krasner en el 2005. Ha realizado once individuales, diez en Lima y una en Ginebra. Su última exposición Mantos y otros fantasmas, ganadora del X Concurso Nacional de Pintura del BCRP y se presenta en el MUCEN hasta el 3 abril del 2020.
- La influencia del trabajo de tu madre como restauradora, te acercó desde pequeña a la fantasía de conocer las cosmovisiones del pasado, ¿sientes que esto influye en la forma en la que planteas tu discurso plástico?
La influencia del trabajo de mi madre está sin duda presente en mi decisión de dedicarme al arte. Su trabajo me acercó al quehacer artístico de su época y me conectó con el oficio de recomponer lo dañado.
Recuerdo mucho un cuadro de Alejandro Alayza, pintado sobre triplay que le habían dado a restaurar. Era un paisaje enorme con un personaje al lado de un río de agua cristalina. El reto era rescatar la costra de óleo que había quedado casi sin soporte por efecto de la polilla. Ella era especialista en trastelar cuadros y recuperar imágenes que estaban por desaparecer.
El taller estaba dentro de la casa, las estatuas despostilladas de santos de madera policromados, cuadros por restaurar y otros objetos artísticos, eran parte de nuestro cotidiano. Sin duda eso me dio una relación con el arte y con el ejercicio de recomponer que muchas veces aparece en mi trabajo.
- Ver madurar a un felino hasta convertirse en tigre, genera vínculos emocionales. Perder su custodia produce un quiebre, ¿asocias la figura del animal presente en las mantas cómo el viaje a un pasado que no volverá?
Siempre hemos vivido rodeados de animales. Mi mamá recogía perros y gatos callejeros, los curaba cuando estaban heridos y muchos terminaban quedándose en la casa. Los restauraba en cierto modo. Convivíamos en esta suerte de casa-taller-albergue, en donde lo importante, era el rescate de lo herido o abandonado. Donde a pesar de estar todo revuelto, era importante prolongar la vida un poco más. El status de los animales era igual al del humano y al de las obras de arte por restaurar.
Mis hermanos y yo jugábamos con este imaginario de piezas y seres vivos que aprendimos a tratar, leer y respetar. El tigre fue una mascota más en este contexto, pero sin duda una bastante especial, reflejaba lo exótico y lo salvaje llevado a la ciudad, porque finalmente lo trajimos a Lima. En aquellos años, las restricciones de patrimonio cultural y natural eran muy poco reglamentadas o eran casi inexistentes. Era una época de desinformación y descontrol, no era imposible tener una estatua de un santo tallado en madera robado de una iglesia como un tigre en una casa en la ciudad. Los franceses, dueños del tigre, fueron llevados a prisión por sembrar marihuana, para su consumo, en nuestra casa de Chosica. Sin embargo, no hubo una sanción por tener un animal salvaje.
Las frazadas poseen una fuerte carga social y afectiva. Para mí, tienen una conexión con los años ochenta. Sus diseños perduran hasta hoy con una iconografía tomada de nuestro pasado prehispánico. Es en esta década en la que se inicia una migración masiva hacia la capital. Una época sin parámetros ni regulaciones. Una época sin leyes que protegieran nuestra cultura. Una época de mucha precariedad social.
Las mantas son un objeto de supervivencia, importante para tener un mínimo de confort. Nos aseguran un desplazamiento menos trágico, nos arropan y nos contienen. Nos amortiguan y nos envuelven en caso de muerte. El arte tiene el mismo efecto y el juego entre manta y manto también.
- Los secadores de cocina, detenidos formando piezas escultóricas, son la resignificación de un objeto cotidiano convertido en “fantasma”, ¿es tu forma de expresar que existe un cambio en el paradigma del rol que ocupa la mujer en el mundo del arte?
En esta muestra hay una transición entre la posibilidad de la materialidad de un cuerpo debajo de una manta que nos habla de la presencia de un cuerpo (fardo, momia, ser durmiente), que es confrontada con la ausencia material de algo que existió pero que deja un rastro de su forma (un fantasma). En ese sentido, los secadores son trapos de carácter cotidiano que calcan la forma de un objeto, la materia que desapareció en el horno de cerámica y se vincula a un sacrificio. La pieza que lo cubre, el secador, adquiere la forma de un objeto ya inexistente, contagiada por una materialidad sólida.
En el caso del secador se trata de un objeto de uso cotidiano, al igual que las frazadas. Dicho objeto se vincula más a mi experimentación con la técnica de la cerámica, al cuidado de la pieza durante el ritual del desarrollo de su manufactura. El trapo húmedo atrapa un objeto para preservarlo, evitando que pierda humedad para poder seguir trabajando. El secador atrapa un vacío. Es un trapo, lo menos importante en el estado final de la pieza de cerámica, o mejor dicho, lo no visto del proceso, pero que hace que esta sobreviva con éxito. Al igual que una frazada que arropa a un cuerpo y lo abriga en la transición de un viaje, igual que el arte le da a la existencia, cobijo.
- La instalación de frazadas goza de complejidades particulares, por ejemplo su diseño estructural, ¿cómo dialoga el objeto cotidiano dentro de tu propuesta artística?
La instalación de frazadas es una suerte de objetos encontrados, que he ido recolectando y que en su mayoría tienen imágenes de tumis. Cuchillo ceremonial de sacrificios con una fuerte carga poética y que en recientes estudios se ha revelado que constituye una alegoría a una puesta de sol. Al ocaso, al final del día. Dotado de aletas que le permite ingresar a las profundidades marinas, al inframundo.
La instalación que está al fondo de la sala nos devuelve al discurso del inicio. Encontramos la imagen de la frazada de Tumi, hecha en cerámica resquebrajada y reconstruida con un carácter de objeto huaqueado. Pieza que dialoga a su vez, con un video a tiempo real, de la bóveda del museo que está en el sótano del banco. Un video de una cámara de seguridad simula a tiempo real la vigilancia del Tumi, fantasma cubierto con un secador petrificado, rodeado del ajuar precolombino más preciado de la colección.
La propuesta alude al Tumi robado del Museo de Antropología en 1982, donde los pedazos que quedaron de la valiosa pieza, producto de la ansiedad de unos personajes desesperados por el oro más que por el patrimonio, lo rompen de la manera más despiadada para cambiar sus pedazos por cocaína.
En la instalación del fondo de la sala la alusión al Tumi está presente. Se trata de un despliegue de frazadas cotidianas que en su mayoría tienen imágenes de tumis que hacen un juego que va recomponiendo el objeto simbólicamente a lo largo de esta pared de casi diez metros.
Aquí las frazadas son elementos que se consiguen en los mercados y lugares de circulación masiva hoy en día, sin duda lugares en donde el diseño popular es una inspiración clara para esta instalación. La elección y composición de los objetos encontrados generan un despliegue de diseño precolombino textil con iconografías que siguen vigentes hasta nuestros días.
- El interés de trabajar con diferentes materiales y soportes sumada a la descontextualización iconográfica del objeto serial para darle el peso de pieza única, ¿es un proyecto que has madurado con el tiempo o fue preparado específicamente para este concurso?
Los ceramios o huacos constituyen, en muchos casos, piezas que formaron parte de una serie, sin poder hablar del producto serial de una época de reproducción mecánica y masiva como la nuestra. Muchos de los objetos huaqueados o descubiertos también eran objetos cotidianos que servían para fines prácticos y que probablemente fueron concebidos en serie.
Existe un juego entre lo sagrado y lo profano, entre la reproducción mecánica y la pieza única.
Anteriormente he trabajado en el mismo sentido. Pienso por ejemplo en la serie de carátulas de discos de vinilo en donde el objeto de circulación masiva, de otra época estaba presente. Su recreación con hilos de colores encerados con cera de abeja alejaban la imagen de su carácter gráfico original y lo acercaba a lo textil.